Nuestros tres planteles fueron fundados por hermanas benedictinas. La Regla de San Benito y la gran espiritualidad benedictina han constituido los pilares de nuestra vida escolar. Por ello consideramos de suma importancia remarcar algunos de los principios de nuestra tradición para el trabajo que ahora realizamos.
En primer lugar, somos una escuela de profunda tradición católica y de inspiración benedictina. Una de las fuentes de San Benito, San Cipriano, en su Comentario sobre el Padrenuestro, nos dice: “No anteponer absolutamente nada a Cristo porque él tampoco antepuso nada a nosotros”. San Benito, en cambio, redujo esa frase—de por sí bellísima—, dejando sólo: “nada hay que anteponer al amor de Cristo”. Esta disminución no es insignificante. Nos hace entender, tal vez, que Cristo sí ha antepuesto algo a nosotros, y es precisamente el prójimo lo que Cristo siempre antepone entre él y nosotros. El camino benedictino es una búsqueda constante y humilde de Dios. Pero la búsqueda de Dios la realizamos en cada rostro, en cada sonrisa, en cada persona que se acerca a nosotros. En el colegio hay tantos caminos hacia Dios como personas que nos conducen a él.
San Benito, en su tiempo, era consciente de que el contexto social de su comunidad generaba dificultades y hasta obstáculos que impedían o estorbaban la mejor participación de la vida comunitaria. Por eso señala algunas prácticas, convicciones sociales y distinciones que deben desaparecer del modelo comunitario para que no haya acepción de personas.
El modelo de educación de nuestro colegio es el de la educación inclusiva. El aula es un espacio comunitario, con metas no sólo individuales sino también comunes. En el aula, cada estudiante forma parte de una pequeña comunidad y la enriquece con sus capacidades. En este sentido, las y los alumnos son colaboradores los unos de los otros, no son rivales ni enemigos. El colegio busca, pues, crear una cultura de atención a la diversidad, estimulando el aprendizaje y la participación de todas y todos, proporcionando los apoyos necesarios para quienes lo requieran y eliminando prácticas de discriminación, exclusión y segregación.
Rodeado de un entorno urbano, nuestro colegio aparece como un espacio de amplias áreas verdes muy bien cuidadas. A lo largo de los siglos, la familia benedictina ha reconocido en la naturaleza la manifestación de la belleza que viene de Dios. Nuestras comunidades benedictinas siempre han cuidado jardines y el medio ambiente en general. Por ello, el colegio inculca los conceptos y principios de las ciencias ambientales, el desarrollo sostenible y el cuidado de la biodiversidad.
A lo largo de los siglos, muchas monjas y monjes han estudiado e indagado las propiedades sanadoras de las plantas, convencidos de que Dios sana a través de su creación. Hoy en día, en un entorno industrializado y tecnologizado, nuestras áreas verdes representan una dimensión sanadora, para darnos la oportunidad de encontrarnos a gusto en amplios espacios seguros. En la tradición benedictina los espacios naturales son una expresión del amor al orden, de la hospitalidad y de una ecología comunitaria que dispone todo su entorno para buscar la paz. Queremos transmitir a nuestras alumnas y alumnos la convicción de que somos un gran espacio para construir la paz activamente, apartándonos de toda forma de violencia, abuso o maltrato. Esta convicción nos mueve a resolver los conflictos de modo pacífico y así mantener la cohesión comunitaria.
La violencia nace de la dificultad de articular palabras. Es imposibilidad de diálogo. Los espacios violentos en fondo no creen merecer la palabra. Uno de los grandes ideales de la Regla benedictina es crear una cultura de la palabra, porque la palabra es la primer herramienta para la construcción de la paz, de la amistad, de la empatía.
El conocimiento nace de la escucha. Por ello, la más importante función de nuestros docentes se realiza en el aula, optimizando el aprendizaje de las y los estudiantes. En el aula, cada docente se hace escuchar para trasmitir saberes y valores, y despertar creatividad transformadora.
En la antropología de San Benito, cada persona tiene un corazón que debe inclinarse para poder escuchar. El corazón tiene un oído, y ése ha de ser el recurso principal para nuestro conocimiento en la escuela. Es el recurso para conocer el mundo, para conocer a los demás, para conocer a Dios. El corazón es una caja de resonancia para la empatía y el diálogo, y para el reconocimiento de la igualdad y de la dignidad de cada ser humano.
El antiguo lema benedictino “Ora et labora” nos recuerda la supremacía de Dios en todo lo que hacemos. Sin embargo, la oración benedictina siempre es oración comunitaria. Oramos juntos, oramos por todos y unidos a todos. Las frecuentes invitaciones a orar como comunidad no son obligaciones que hay que cumplir. Más bien se trata de crear espacios disponibles para servir de comunidad a los demás. Se trata de generar una identidad celebrativa, de acompañarnos los unos a los otros para presentar ante Dios las dificultades, las necesidades, los acontecimientos, los sueños e ideales de cada uno de los miembros del Colegio.
La vida benedictina reúne muchos ámbitos heterogéneos, precisamente porque cada ser humano se mueve en mundos y ambientes muy diversos. Por ello, la búsqueda de la integralidad y transversalidad en la educación requiere ordenar la educación para la vida, dando tiempo y espacio a todas las dimensiones personales de los estudiantes. San Benito equilibra la honestidad del trabajo bien realizado y las horas de lectura. El estudio y la lectura exigen la misma disciplina, compromiso y solidaridad que el trabajo. Además, la lectura es un ejercicio de la hospitalidad. Leer es abrir la puerta de la cabaña de nuestra mente para hospedar nuevas ideas, nuevos conocimientos, nuevas experiencias.
Cuando San Benito habla de los precios en que han de venderse los productos de los artesanos de la comunidad, nos invita a la moderación y a la honradez, «para que en todas las cosas sea Dios glorificado». Nuestro Colegio, fiel a los ideales de nuestras fundadoras, se compromete con esfuerzos eficaces encaminados a que los desafíos económicos no sean una barrera para que nuestros estudiantes reciban una excelente educación, integral e igualitaria.
Además, inmersos en una cultura del despilfarro, de la contaminación y de lo desechable, el Colegio enseña a cuidar de los bienes y recursos, a administrarlos sabiamente y a dar gloria a Dios con el buen uso de los mismos, tratándolos «como si fueran los vasos sagrados del altar» (RB, 31,10). A la par de estos cuidados, la escuela también promueve el uso responsable de las tecnologías de información, comunicación y conocimiento, y el aprendizaje digital para la creación de contenidos y la resolución de problemas de manera práctica e innovadora.
Seguramente la palabra “disciplina” en nuestros días puede traernos a la mente muchos significados. La disciplina de un atleta nos parece muy diferente de la de un artista o la de un médico. Sin embargo, todas las formas de disciplina tienen un elemento en común: todas buscan la familiaridad con el bien. Así, la disciplina en el Colegio busca la honestidad en el esfuerzo de docentes y estudiantes para alcanzar libremente sus metas e ideales.
El Colegio establece, pues, con claridad las directrices acordes con la edad de cada nivel para la convivencia ordenada y sana, y proporciona el sentido de la estabilidad en los buenos hábitos para el óptimo desarrollo de la personalidad, creatividad y talentos de cada estudiante. A fin de cuentas, la disciplina nos ayuda a “hacer las cosas ordinarias de modo extraordinario”.